Todas las luces se apagan


Las luces de tus intermitentes parpadean.

Estacionamiento en doble fila, enfrente de la puerta de mi casa.

La luz de mi cafetera se enciende y apaga de manera rítmica, indicándome que el café está listo.

Lo preparo de manera mecánica cada mañana, me gusta que el olor impregne todos los rincones de la casa aunque nunca lo pruebo apenas. Excepto hoy, que sirvo dos tazas grandes y humeantes y las sitúo una enfrente de la otra sobre la mesa de la cocina.

Se me escapa la vista a la esquina donde, apoyado sobre una silla, mi móvil emite pequeños destellos de luz que indican que se está cargando.

Pienso en ir a mirarlo pero, en vez de eso, me siento frente a mi café: sé que no hay llamadas perdidas, pero finjo que aún conservo la esperanza de que lleguen.




-“Siempre fuiste tan despistada… Seguro que te dejaste el cargador por aquí y ahora andas como loca buscando una cabina “ – le digo a la otra taza mientras saboreo la mía.- “Ayer vino Pili a verme, le hubiese gustado que estuvieses aquí, supongo. No me gusta la forma en que me mira, entornando los ojos, parece que sienta pena por mí cuando, en realidad, yo la siento por ella. Está convencida de que no llamarás, que no volverás, pero yo sé que no puede ser así.

Tú lo dijiste, tú pronunciaste las palabras que a mí siempre me asustaron. Tú dijiste Para Siempre, así que no sería lógico que fueses tú y no yo quien huyese.
Sin embargo Pili no tiene a nadie y nunca lo tendrá. Quizá te suene duro pero no me reprendas, lo sabes tan bien como yo, esa chica no sabe querer. ¿Por qué? Precisamente porque me mira con pena y hace preguntas y cree que no estoy bien. Pero no puedo estar mejor, ¿sabes? Por primera vez estoy amando con todo lo que eso conlleva, y lo hago de manera racional y completamente consciente. Sin miedos. Sin preguntas ni necesidad de respuestas.

No te sonrojes, no te lo digo como un halago, los halagos son pequeñas mentiras o exageraciones que usamos para hacer sentir bien a los demás, pero esto no es ni de lejos algo irreal, es, simplemente, un retrato fiel de lo que pienso.

Ya sabes que yo siempre creí más en las palabras que en los sentimientos, más en las acciones que en los símbolos, y ahora me doy cuenta de lo equivocado que estaba. Por ejemplo, tus notas de mediodía explicándome que la comida estaba en el microondas, ¿las recuerdas? Las dejabas sobre el reloj que siempre parpadea sobre el horno y parecían rótulos luminosos. Ya no están. No han vuelto a aparecer ni un día.
Y no me importan tanto como preparar café por las mañanas. Lo sé, es irónico que algo que me parecía tan trivial e innecesario cuando todavía estabas aquí ahora me parezca imprescindible. Ese café que embriagaba toda la casa con su olor y que preparabas antes de que yo me despertase. Ahora debo encender yo la cafetera y hasta he aprendido a usar todos esos botones con horribles luces intermitentes de colores, un pequeño esfuerzo que me permite ducharme contigo, con el olor de cuando te metías por sorpresa en mi ducha y deslizabas tus manos sobre mi espalda.

Debes de estar a punto de llamarme loco, hazlo, ya te he dicho que las palabras me importan menos que nunca.” - El sonido del teléfono móvil diluye mis pensamientos informándome de un nuevo mensaje y compruebo con desilusión que mi compañía telefónica me ofrece un nuevo terminal. Sólo eso.




Miro la cafetera, el móvil cargándose aún, los intermitentes todavía encendidos y compruebo que, desde que te fuiste, nada hace otra cosa que parpadear.

Me indigno con todas las malditas señales de que tú has estado aquí alguna vez y tiro el móvil contra la pared con todas mis fuerzas pero, con la mala suerte, de que golpea un espejo que se parte en mil pedazos, con el estruendo propio de una verdad que sabemos pero no queremos admitir, que lleva a las luces de toda la casa a parpadear, que oprime el corazón y crea un nudo en la garganta, que me provoca dolor de cabeza y escozor en los ojos, que hace que me falte el aire.

Intento no mirar hacia allí pero no puedo evitarlo. Sé que bajo ese espejo está la estantería sobre la que descansa la urna con tus cenizas, en la que veo reflejados mis ojos.

Todas las luces se apagan.


Tú dijiste 
Para siempre.

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