Entradas

Mostrando entradas de 2012
Andar y desandarse. Así es como volvió Julia esa mañana a su casa. Como si nunca se hubiese ido. Esa horrible familiaridad de objetos delicadamente desordenados por todas partes y cuya ubicación conocía al dedillo. Ese montón de ropa apilada que ella había construido. Esas plantas que ella misma regaba a diario. Esa horrible familiaridad de su vida, de ese apartamento que mirado como si fuese el de un extraño le resultaba tan abrumadoramente familiar que le provocaban nauseas. Como cuando no te soportas a ti misma. Como cuando no soportas todo lo que los demás no saben de ti. En ese preciso momento en que odias que nadie sepa como realmente eres y, eso mismo, te justifica no mostrarte a nadie más. Ese momento de soledad. Ese sentimiento de soledad. Esos objetos colocados recordándote lo solo que te encuentras y que no sabes salir de esa mierda. Ese apartamento. Tan normal que casi te engaña. Tan absurdamente vulgar, con ese desorden ordenado, con esa ropa cualquiera, con e
Imagen
Mierda, tengo una noche que las palabras me salen por las venas. Tengo una noche que me apetece acurrucarme a la sombra de un soneto y dormirme entre poemas. Que me apetece robar una palabra y regalar una rima. Que me apetece quitarme los miedos y los surcos, las espinas incrustradas y todo lo que nunca cuento. Me apetece morir y renacer de nuevo. Darlo todo, quedarme sin nada. Arriesgar. Escribir.
Imagen
Planchar las arrugas que quedan en nuestra piel. Recogerse el pelo. Quitarse el sombrero. Maquillarse las ojeras y las desdichas. Doblar la esquina y los recuerdos. Cegarse, No volver. Y volver. Ese momento cuando sabes que está haciendo algo más pero sin embargo quieres hacerlo. Cuando te cansas de esperar. Cuando te cansas de dudar. Cuando no entiendes por que todo el mundo parece tenerlo todo resuelto, cuando no entiendes por qué no lo entiendes. Las cosas ocurren. Se va la luna y queda noche... pero cuando se va el sol no queda nada. Y plancharte despacio. Sin prisa pero sin pausa. Sabiendo que volverás a arrugarte entre tanta humedad, entre tantas lágrimas que nunca llegaron a ver la luz. Pero esta vez no te pierdes, no. Algo es algo, piensas, por lo menos me he encontrado.... Y te sigues planchando.

Economistas

¿Sabes de esa teoría económica que dice que la gente tiene miedo de medir las cosas que le importan porque cree que entonces perderían todo el valor intrínseco que tienen para ellos? No queremos medir el valor de nuestro anillo de bodas, porque no es sólo lo que costó, o aunque midamos en dólares el afecto que el tenemos en comparación con lo que pagaríamos por otras cosas a las que también les tenemos afecto, incluso aunque supiésemos con exactitud por cuánto dinero seríamos capaces de venderlo y determinásemos ese como su valor... siempre nos parecería mal, insuficiente, son sólo números que no abarcan a comprende el significado, el valor, de lo que están midiendo. Igual pasa cuando intentamos medir cuánto vale una vida humana, cuál es el valor de la seguridad que evitará que tengamos un accidente.... cuánto valemos nosotros, al fin y al cabo. Ponernos precio supondría robarnos nuestro valor intrínseco. Qué absurdo, pensaría un economista. La gente confunde lo que es medir al
Julia despertó con las sábanas arremolinadas a sus pies, medio caídas, y la sensación de que ese calor húmedo y pegajoso había estado abrazándola toda la noche. La habitación, de colores pastel y blancos, amanecía gris y ruidosa por la lluvia golpeando las grandes ventanas que aún permanecían con esas cortinitas de plástico cerradas y que hacía mucho que nadie abría. El móvil vibraba, dando señal de que un montón de mensajes absurdos querían hacerse oir ante esa chica que aún medio somnolienta y ya completamente desnuda se dirigía hacia la ducha. Su silueta dibujaba unas curvas perfectas y la luz grisácea de la mañana contrastaba con su piel morena.

II

Llovía. Llovía como llueve en las ciudades de clima tropical. Llovía humedad pura y calor asfixiante. Se escuchaban truenos a lo lejos y por la ventana solo se vislumbraba una cortina borrosa y gris formada por gotas de lluvia que caían a una velocidad vertiginosa.
Esta es la historia de cómo murió Julia. No es una historia triste, a pesar de que haya quien quiera calificarla así por su final, Es una historia que pasó y pasará inadvertida, como ella. Como esa pobre niña delgada y morena, ni muy alta ni muy baja, ni gorda ni delgada, ni fea ni guapa. Esa niña que no resaltaba absolutamente por nada y por nada será recordada.
El mundo es un pañuelo, dicen. Vayas donde vayas, estarás bien. Ir y volver, empezar una y otra vez. Esa es nuestra vida. Hay momentos en que uno simplemente comienza a andar y no sabe cuándo o cómo parar. Quizá porque piensa que andar es una obligación, que es la única forma de trazarse un camino. Aunque no sepa qué camino elegir y aunque quizá simplemente esté siguiendo uno ya trazado, pero por lo menos avanzas, por lo menos continúas. Eso te da motivos más que suficientes para auto-consolarse. Había días en los que a Julia no le apetecía levantarse. No es que quisiese ponerse trágica, no es que no le gustase su vida. Simplemente no le apetecía ser ella por un momento, no le apetecía vivirse. Es una chica rara, pensaba todo el mundo en su escuela. De un misterio encantador, de un frágil tan recio que nadie podría romperla empleando toda su fuerza y, sin embargo, podría bastar un soplido.