Supongamos que te vas Y vuelvo A resolver palabras. Y te acurrucas entre Miradas que no son nada. Y me voy y vuelves A dejar que pase Lo que nunca pasa.
Vívete despacio se decía cada mañana. Pero no es fácil en una profesión como la suya, donde todo sucede tan deprisa. Se quitaba las gafas y se ponía lentillas tras lavarse la cara cada mañana, a ella al menos le daba la sensación de que eso cambiaba su aspecto por completo. Gomina en el pelo, bien tirante hacia detrás, sí, sin duda eso le daba un aspecto mucho más duro. Justo lo que le hacía falta. Odiaba tener que vestir de esa forma, le gustaría ponerse lo que le apeteciese; especialmente una indumentaria ancha y cómoda. Pero qué vamos a hacerle, son normas profesionales. Se enfundó el ajustadísimo traje, mirándose al espejo: quizá he ganado algo de peso, espero que nadie se dé cuenta. Pasaré el día metiendo barriga . Y así, sin más, terminó de colocarse el traje de Superhéroe y salió a salvar el mundo un día más.
Se limitaba a andar. A forzar los finales tristes. A desenterrar pesadillas. A no aplicar sus propios consejos. A volar. Y despertaba cada día pensando en el tormento de tener que volver a abrir los ojos, al tormento de otro puñado de horas inútiles que tendría que vivir como si realmente le interesara algo la vida de pared, de fría y dura pared blanca. Como si soñase con algo más que soñar.
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