Camilo

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El sol parecía cansado de soportar su intenso trabajo allí arriba. Una sutil y grisácea nube se deslizaba rápidamente para otorgarle un más que merecido descanso.
Efectivamente, en pocos minutos los “qué día de sol” se convirtieron en “¿has cogido paraguas?” y, en pocos minutos, una fina lluvia que contrastaba con la elevada temperatura de la ciudad, se dejaba caer ante los ojos incrédulos de los viandantes que, algo ajetreados, aligeraban el paso.
La primera gota cayó en las gafas de Eva sacándola súbitamente del ensimismamiento en el que se encontraba. Sentada sobre uno de los pocos bancos con respaldo del parque, se dio cuenta que había desaparecido la mayoría de gente que unos minutos atrás la rodeaban; sobre todo adolescentes ociosos durante esos meses de verano, que gritaban más de lo necesario, se perseguían unos a otros en una especie de juego cargado de insultos y posteriores abrazos, y todo ello mientras comían golosinas de colores demasiado chillones para ser saludables. También había siempre gente paseando y jugando con sus perros, normalmente vecinos por la proximidad del parque a su edificio.  Ella, bajaba a leer de vez en cuando, después de comer, ya que no solía dormir siesta.
Reparó en que el maravilloso día de sol que le había hecho elegir unos finos pantalones y camiseta de tirantes, se había convertido en un día gris y húmedo. Qué fastidio, no hacía frío pero temía que el libro se mojase con aquellas gotas que empezaban a caer sobre el suelo de cemento a sus pies formando montones de círculos oscuros sobre el piso.
-          Siempre en lo mejor… - susurraba para sí misma- bueno, un poco más, que sino no habrá forma de seguir cuando llegue a casa…
“…Angélica no podía dejar de pensar en los ojos de aquel caballero con traje oscuro y labios seductores del día anterior.
Sentía esa mirada verde clavarse en ella cada vez que caminaba cerca del mercado, buscaba entonces a ese hombre, Camilo le habían dicho que era su nombre. Notaba una presión en el pecho y un nudo en el estómago sólo de pensar en él.
-          Ya estoy aquí, querida, y prometo no irme nunca más – le susurró Camilo a su espalda mientras deslizaba la mano por su cintura y ella notaba cómo su corazón latía tan rápido que parecía que se le iba a salir del pecho…”
Imposible, la lluvia se estaba haciendo más intensa y un par de gotas habían caído sobre su libro, así que lo cerró y se dirigió con paso ligero hacia su casa. Apenas en un par de minutos, se encontraba abriendo el portal.
Pensaba en Camilo y Angélica. Qué idealista: esa mano en la cintura, esos nervios del principio. Ese cruce de miradas que desde el principio taladra el corazón y les hace ver, sin género de dudas que se encuentran ante la persona que van a amar o, incluso, ya aman. Sólo les hace falta un segundo para reconocer el verdadero amor.
Bajó del ascensor en la segunda planta y sacó las llaves que deslizó con mucho sigilo por la cerradura. Sin apenas hacer ruido, entró en casa con los zapatos en la mano. Al final del pasillo, ya podía escuchar que la esperaba “su Camilo” por el profundo y sonoro ronquido que retumbaba en toda la casa. Se sentó en el sofá en silencio, descalza y con el libro en la mano. En la mesita que la separaba de la butaca de Paco, aún la copa sucia del café irlandés que le había preparado después de comer como a ella le gustaba, con mucha nata.
Paco, sobre la butaca con la cabeza ligeramente caída sobre su propio hombro y la boca medio abierta; un poco despeinado, y eso que no tenía ya tanto pelo, y con un chándal que bien podía tener alrededor de diez años.
El siguiente ronquido fue tan profundo y sonoro, que él mismo se despertó. Aún un poco desorientado y mirando hacia los lados buscando algún punto de referencia, sonrió a Eva cuando se encontró con los ojos de ella, que lo miraba con ternura y aún preguntándose por Camilo y si le roncaría a Angélica hasta el punto de no dejarla leer en el salón.
-          He tenido que roncar mucho, ¿no? – preguntaba como disculpa mientras se desperezaba alzando la vista para mirar por la ventana-. ¡Anda! Si está lloviendo, con el sol que hacía cuando me quedé dormido…
Se volvió hacia ella frotándose los ojos, aún un poco hinchados. Eva lo miraba con una sonrisa burlona sentada en el sofá.
-          Recojo el vaso y lo que queda en la cocina y nos vamos al cine, ¿te apetece? - y mientras se alejaba por el pasillo agregó- Como la primera vez que quedamos, ¿recuerdas?
Se acordaba. No se le aceleró el corazón la primera vez que lo miró ni él le susurró nada por la espalda, aunque sí debe reconocer que se puso algo nerviosa cuando le cogió la mano aquel día en el cine. No hubo amor a primera vista, no hubo corazón que se salía del pecho ni promesas infinitas el primer día. Pero sí conversaciones, bromas que revestían ternura y mucha confianza que había aumentado con el paso del tiempo.
Paco seguía vociferando desde la cocina:
-          ¡Y hoy con palomitas! Que no todos los días se cumplen 40 años de la primera cita.

Dejó el libro en un cajón. Aquellos dos amantes perfectos y puramente conocedores del supuesto amor verdadero tendrían que esperar. Ella se iba con Paco al cine e incluso estaba dispuesta a ver Star Wars si era con él, igual que hace 40 años. 


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