Andar y desandarse.

Así es como volvió Julia esa mañana a su casa. Como si nunca se hubiese ido.
Esa horrible familiaridad de objetos delicadamente desordenados por todas partes y cuya ubicación conocía al dedillo. Ese montón de ropa apilada que ella había construido. Esas plantas que ella misma regaba a diario.

Esa horrible familiaridad de su vida, de ese apartamento que mirado como si fuese el de un extraño le resultaba tan abrumadoramente familiar que le provocaban nauseas. Como cuando no te soportas a ti misma. Como cuando no soportas todo lo que los demás no saben de ti. En ese preciso momento en que odias que nadie sepa como realmente eres y, eso mismo, te justifica no mostrarte a nadie más.

Ese momento de soledad. Ese sentimiento de soledad. Esos objetos colocados recordándote lo solo que te encuentras y que no sabes salir de esa mierda.

Ese apartamento. Tan normal que casi te engaña. Tan absurdamente vulgar, con ese desorden ordenado, con esa ropa cualquiera, con esos libros de pastas duras y colores llamativos, con los electrodomésticos que cualquiera utilizaría. Tan normal y absurdo, que es tu único escondite. Que eres tú.

Y ni siquiera ante los ojos de un extraño mejora esa sensación de desorden ordenado que eres. Que crees no ser.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una mujer cualquiera