Todo aplacado. Todo en calma. La tormenta ha pasado. O quizá no, quizá sólo se haya calmado para retomar fuerzas y volver con más intensidad. Pero da igual y él lo había entendido sin necesidad de explicación, de turbias o abundantes palabras, de estúpidas prohibiciones. Pero también sin secretos. Era el momento, lo sabía. Paseó hasta la playa, aún sabiendo lo arriesgado que era no hacer ese trayecto corriendo, pues, en cualquier momento podía regresar... Tardó poco más de cinco minutos en llegar hasta la orilla. Se quitó la camiseta y notó el aire frío. Se quitó también el pantalón, quedándose sólo con un bañador rojo oscuro, desgastado por el tiempo, y la piel de gallina. Se metió en el agua. Estaba caliente en comparación con la temperatura exterior así que rápidamente se adentró en el mar un par de metros, hasta donde apenas hacía pie, y se estiró, dejándose llevar por el mar totalmente calmado y plácido que se extendía ante él. Cerró los ojos, aunque ni siquiera había salido e...
A veces, simplemente, nos dejamos pasar. Dejamos pasar los momentos, los suspiros, las sonrisas que no llegamos a ver. Dejamos pasar el tiempo como si fuésemos a poder recuperarlo cuando quisiéramos. Aplazamos nuestros sueños a la espera de momentos que quizá nunca lleguen, aplazamos los paseos por el puerto como si fuese a permanecer siempre para nosotros. Pretendemos inmovilizar, no sólo nuestra vida sino todo lo que nos rodea, a expensas de un momento mejor, de otro momento; como si la vida no pasase constantemente y con todos sus matices simultáneamente ante nuestros ojos. Todo a la vez, todo agolpado y sin remedio, escapándose de nuestros dedos por más que intentamos retenerlo. Y así, mediante aplazamientos y esperas, nos perdemos y nos dejamos perder en lo trivial, en lo "urgente", lo que no puede esperar... hasta llegar a convertirnos inevitablemente en la ausencia de todo lo que dejamos escapar. ¿Qué vas a perderte hoy?
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