El final de los finales

Dejemos para el final los finales.

Fuimos posponiendo los días y las horas, levantándonos a tientas en la noche aspirando únicamente a no chocar con cualquier mueble inesperado, con los brazos estirados y rogando no hacernos daño, ¿de qué sirve esa reticencia a encender la luz?
Sí, quizá sea una comparación incomparable, la vida y el avanzar a tientas medio dormidos; pero tantas veces avanzo así, en la vida y en la noche, que al final lo confundo sin poder evitarlo.

Los sentidos adormecidos por la rutina del día que no elegimos, sino que nos vino dado. El entumecimiento general que provoca el miedo, quizá en menor medida el miedo a un golpe inesperado, quizá en mayor medida la caída hacia el fracaso que siempre creemos que los demás nos auguran o que se esconde tras cada posible decisión. La incapacidad de nuestro cerebro de encender luces y despojarnos de las incertidumbres y creencias de lo que se encuentra y dónde se encuentra, lo que nos vino dado, lo que se espera, lo que nunca fuimos y nunca somos, a lo que volvemos y de lo que huimos.

Echar de menos con tanta fuerza y tanta rabia que sepamos que mereció la pena. Dar un paso atrás para tomar impulso, sentir la seguridad de verte respaldado por tus principios, revolver y volver una y otra vez a reinventarse y cansarse de lo que no te suponga un reto. Despertar del letargo de pensar en metas sin caminos y dejar para el final los finales.

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