A veces, simplemente, nos dejamos pasar. Dejamos pasar los momentos, los suspiros, las sonrisas que no llegamos a ver. Dejamos pasar el tiempo como si fuésemos a poder recuperarlo cuando quisiéramos. Aplazamos nuestros sueños a la espera de momentos que quizá nunca lleguen, aplazamos los paseos por el puerto como si fuese a permanecer siempre para nosotros. Pretendemos inmovilizar, no sólo nuestra vida sino todo lo que nos rodea, a expensas de un momento mejor, de otro momento; como si la vida no pasase constantemente y con todos sus matices simultáneamente ante nuestros ojos. Todo a la vez, todo agolpado y sin remedio, escapándose de nuestros dedos por más que intentamos retenerlo. Y así, mediante aplazamientos y esperas, nos perdemos y nos dejamos perder en lo trivial, en lo "urgente", lo que no puede esperar... hasta llegar a convertirnos inevitablemente en la ausencia de todo lo que dejamos escapar. ¿Qué vas a perderte hoy?
La absurda absurdez de lo que nunca pasó. De lo que, probablemente, nunca pasará. El sueño. El sueño de lo que es, pero en realidad no existe. Vivir de ti, de tus pensamientos, de tus anhelos. Hacer la vida a tu medida, dentro de ti. ¿Es acaso más real lo que sucede fuera de mi cabeza que dentro? ¿Qué sentido tiene eso? Me deshago. Loca y constantemente ante la realidad. ¿Qué sentido tiene el exterior ahora?
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