Julia

"No puedes robarme éso" repetía una y otra vez Julia, cada vez con las palabras más calladas y dubitativas mientras clavaba su mirada en él.
Ojalá algo nos perteneciese hasta el punto de no poder perderlo, hasta el punto en que no pueda ser robado de nuestra esencia. Normalmente nos conformamos con las teclas de nosotros mismos que vamos pulsando, repetimos y nos repetimos quién somos, expresando únicamente quién deseamos o creíamos ser pero, ¿cuánto hace que no nos pulsamos a nosotros mismos, que elegimos cada minuto y cada segundo en función de un ideal y no de nuestros instintos?
Julia siempre había vagado, de una forma u otra, por la indefinición del perderse y encontrarse como por azar. Había gritado quién era y se había enfurecido cuando alguien se lo había negado. Pero también había volado, sí, había volado más lejos de lo que su imaginación hubiese podido regalarle, se había retado, ganado y perdido al mismo tiempo. Había rozado tanto con las puntas de los dedos que, ahora, las sentía desgastadas y llenas de anhelos de otros vuelos.
Pero esta vez, se equivocaba. Al fin y al cabo, Julia ni siquiera se pertenecía a sí misma, no era más que los retales de miradas e historias que habían cruzado su camino. Por eso, sí podía, podía robarle su historia y sus futuras miradas. Podía robarle sus suspiros y sus musas. Podía robarle toda la poesía que era.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una mujer cualquiera